En el Evangelio del primer domingo de Adviento se habla de la agitación del cielo y de la tierra, y del miedo grande que hace morir a la gente. Jesús en cambio les dice a sus discípulos: “Cuando comience a suceder esto, tengan ánimo y levanten la cabeza, porque está por llegarles la liberación”.
Pero agrega la condición que hace estar serenos en medio de la prueba: “Tengan cuidado de no dejarse caer bajo el peso de las disipaciones … Estén prevenidos y oren incesantemente, para tener la fuerza …” (cfr. Lc 21, 25-36). Estén atentos, estén presentes, recen y vigilen.
“Lámpara para mis pasos es tu Palabra, luz en mi camino” (Sal 118,105) escribía el salmista, de la propia experiencia. Para San Pablo, en cambio, la Palabra de Dios es la espada del Espíritu (cfr. 7,16) para combatir disipaciones que se insinúan sin que nos demos cuenta y que hacen más pesado nuestro camino. El Espíritu Santo usa la Palabra como instrumento para combatir la mundanidad que es contraria al estilo de Evangelio. Miremos a la Virgen María, Aquella que “custodiaba todas estas palabras, meditándolas en su corazón” (Lc. 2, 19).
En esta primera semana de Adviento aprendamos de María la capacidad de silencio, de MEDITAR la Palabra y los acontecimientos, para descubrir la presencia del Señor en medio nuestro.
Y si nos damos cuenta de que nuestra meditación viene a menos, si estamos distraídas y no atentas, siempre podemos retomar la concentración, vivir la conciencia grata del momento presente y abrirnos un poco más a la Palabra que nos ilumina para ser palabra de luz y de esperanza para los demás.