Ser Peregrinos de la Esperanza

El nuevo año que comenzaremos nos trae el regalo de un año jubilar, es decir, un tiempo especial de gracias extraordinarias.

Para Israel, el año Jubilar, celebrado cada 50 años, era una pausa en el tiempo destinada a la restauración, liberación de los esclavos y descanso de la tierra. La Iglesia asume esta experiencia cultural de un pueblo para llevarla al plano espiritual e invita al Pueblo de Dios a hacerse protagonista del tiempo dándole un horizonte de sentido: LA ESPERANZA.

Para los hijos de Dios, la meta es Cristo. La vida es un caminar hacia Él mientras las circunstancias vividas en la fe y en la caridad nos van transfigurando para ese encuentro.

Caminar de la mano de María

Que María, la que trajo la Esperanza al mundo, nos acompañe en este año jubilar que iniciaremos, nos levante el rostro con su mano cada vez que las frustraciones y cansancios nos quieran detener y dejar en el camino. Que María nos capacite, para que caminemos Peregrinos de la Esperanza, con claridad en la meta que ya está ganada y es el mismo Jesús. Don Orione, el santo del ánimo grande y del corazón magnánimo, nos haga de compañero y peregrine junto a nosotros este tiempo de gracia.

El lema de este año es “Peregrinos de la Esperanza” porque, quien profundamente espera, sabe entrar en la dinámica del camino, sentirse peregrino y atraído por llegar a la meta.

 

Transcribimos un fragmento de la carta del Santo Padre Francisco 

El Jubileo ha sido siempre un acontecimiento de gran importancia espiritual, eclesial y social en la vida de la Iglesia. Desde que Bonifacio VIII instituyó el primer Año Santo en 1300 —con cadencia de cien años, que después pasó a ser según el modelo bíblico, de cincuenta años y ulteriormente fijado en veinticinco—, el pueblo fiel de Dios ha vivido esta celebración como un don especial de gracia, caracterizado por el perdón de los pecados y, en particular, por la indulgencia, expresión plena de la misericordia de Dios. Los fieles, generalmente al final de una larga peregrinación, acceden al tesoro espiritual de la Iglesia atravesando la Puerta Santa y venerando las reliquias de los Apóstoles Pedro y Pablo conservadas en las basílicas romanas. Millones y millones de peregrinos han acudido a estos lugares santos a lo largo de los siglos, dando testimonio vivo de su fe perdurable.

 El Gran Jubileo del año 2000 introdujo la Iglesia en el tercer milenio de su historia. San Juan Pablo II lo había esperado y deseado tanto, con la esperanza de que todos los cristianos, superadas sus divisiones históricas, pudieran celebrar juntos los dos mil años del nacimiento de Jesucristo, Salvador de la humanidad. Ahora que nos acercamos a los primeros veinticinco años del siglo XXI, estamos llamados a poner en marcha una preparación que permita al pueblo cristiano vivir el Año Santo en todo su significado pastoral. En este sentido una etapa importante ha sido el Jubileo Extraordinario de la Misericordia, que nos ha permitido redescubrir toda la fuerza y la ternura del amor misericordioso del Padre, para que a su vez podamos ser sus testigos.

Sin embargo, en los dos últimos años no ha habido país que no haya sido afectado por la inesperada epidemia que, además de hacernos ver el drama de morir en soledad, la incertidumbre y la fugacidad de la existencia, ha cambiado también nuestro estilo de vida. Como cristianos, hemos pasado juntos con nuestros hermanos y hermanas los mismos sufrimientos y limitaciones. Nuestras iglesias han sido cerradas, así como las escuelas, fábricas, oficinas, tiendas y espacios recreativos. Todos hemos visto limitadas algunas libertades y la pandemia, además del dolor, ha despertado a veces la duda, el miedo y el desconcierto en nuestras almas. Los hombres y mujeres de ciencia, con gran rapidez, han encontrado un primer remedio que permite poco a poco volver a la vida cotidiana. Confiamos plenamente en que la epidemia pueda ser superada y el mundo recupere sus ritmos de relaciones personales y de vida social. Esto será más fácil de alcanzar en la medida en que se actúe de forma solidaria, para que las poblaciones más desfavorecidas no queden desatendidas, sino que se pueda compartir con todos los descubrimientos de la ciencia y los medicamentos necesarios.

Debemos mantener encendida la llama de la esperanza que nos ha sido dada, y hacer todo lo posible para que cada uno recupere la fuerza y la certeza de mirar al futuro con mente abierta, corazón confiado y amplitud de miras. El próximo Jubileo puede ayudar mucho a restablecer un clima de esperanza y confianza, como signo de un nuevo renacimiento que todos percibimos como urgente. Por esa razón elegí el lema Peregrinos de la Esperanza. Todo esto será posible si somos capaces de recuperar el sentido de la fraternidad universal, si no cerramos los ojos ante la tragedia de la pobreza galopante que impide a millones de hombres, mujeres, jóvenes y niños vivir de manera humanamente digna. Pienso especialmente en los numerosos refugiados que se ven obligados a abandonar sus tierras. Ojalá que las voces de los pobres sean escuchadas en este tiempo de preparación al Jubileo que, según el mandato bíblico, devuelve a cada uno el acceso a los frutos de la tierra: «podrán comer todo lo que la tierra produzca durante su descanso, tú, tu esclavo, tu esclava y tu jornalero, así como el huésped que resida contigo; y también el ganado y los animales que estén en la tierra, podrán comer todos sus productos» (Lv 25,6-7).

Por lo tanto, la dimensión espiritual del Jubileo, que nos invita a la conversión, debe unirse a estos aspectos fundamentales de la vida social, para formar un conjunto coherente. Sintiéndonos todos peregrinos en la tierra en la que el Señor nos ha puesto para que la cultivemos y la cuidemos (cf. Gn 2,15), no descuidemos, a lo largo del camino, la contemplación de la belleza de la creación y el cuidado de nuestra casa común. Espero que el próximo Año Jubilar se celebre y se viva también con esta intención. De hecho, un número cada vez mayor de personas, incluidos muchos jóvenes y adolescentes, reconocen que el cuidado de la creación es expresión esencial de la fe en Dios y de la obediencia a su voluntad (…)

 Roma, Basílica de San Juan de Letrán, 11 de febrero de 2022,
Memoria de la Bienaventurada Virgen María de Lourdes.

FRANCISCO

 

Compartimos La Bula de Convocación al Jubileo Ordinario 2025 del Papa Francisco

La tradición dicta que cada Jubileo se proclame a través de la publicación de una Bula Papal (o Bula Pontificia) de convocatoria. Por “Bula” se entiende un documento oficial, generalmente escrito en latín, con el sello del Papa, cuya forma da nombre al documento.

Al principio el sello solía ser de plomo y llevaba en el anverso la imagen de los Santos Apóstoles Pedro y Pablo, Fundadores de la Iglesia de Roma, y en el reverso el nombre del Pontífice. Más tarde, un sello de tinta sustituyó el sello metálico, pero éste se siguió utilizando para los documentos de mayor importancia.

Cada Bula se identifica por sus palabras iniciales. Por ejemplo, San Juan Pablo II convocó el Gran Jubileo del año 2000 con la Bula Incarnationis mysterium (“El Misterio de la Encarnación”), mientras que el Papa Francisco convocó el Jubileo Extraordinario de la Misericordia (2015‑2016) con la Bula Misericordiae vultus (“El rostro de la misericordia”).

La Bula de convocatoria del Jubileo, en la que se indican las fechas de inicio y fin del Año Santo, suele publicarse el año anterior, coincidiendo con la Solemnidad de la Ascensión.

Para leer el texto completo ingresá a https://www.vatican.va/content/francesco/es/bulls/documents/20240509_spes-non-confundit_bolla-giubileo2025.html

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