Este año, en el segundo domingo de Adviento, viviremos la solemnidad de la Inmaculada Concepción de la Bienaventurada Virgen María. Contemplamos a Aquella que era llena de gracia, toda pura, íntegra, libre, bella, porque en su humildad se abandonó en Dios, dijo Sí a su designio de salvación.
Si bien no comprendía todo, se dejó “cubrir con su sombra” (Lc. 1,35) y llegó a ser Mater Dei aplastando la cabeza del eterno enemigo (cfr. Gen 3, 15).
María nos enseña la docilidad a la gracia de Dios. Nos indica el camino de la integridad, o sea, de actuar en coherencia con lo que pienso, digo y hago, para responder a nuestra vocación de “ser santos e inmaculados en la caridad” (Ef. 1,4).
Este domingo normalmente nos trae la vocación de Juan el Bautista, “Voz de uno que grita en el desierto: preparen el camino del Señor, allanen sus senderos” (Mc 1, 3). El Bautista indica a Jesús y anima a la conversión, a morir a nuestro viejo yo y a nacer de lo alto, del Espíritu; María Virgen nos enseña la apertura, la disponibilidad a estar en relación. En el ámbito cristiano bizantino estas dos figuras vienen representadas por un ícono llamado “deisis” (del griego, “súplica”, “intercesión”):
Jesucristo bendiciendo entre María Virgen y San Juan Bautista: estos últimos se dirigen a Cristo en actitud de oración y súplica.
En esta segunda semana de Adviento queremos aprender de ellos a centrarnos en Jesús, crecer en la integridad y en la caridad y, como ellos, INTERCEDER por el mundo privado de paz, por las personas concretas, por la Iglesia y sus llagas. Encendiendo la vela, suba nuestra súplica al Corazón de Jesús y la potencia de su amor descienda sobre todos nosotros y nos renueve.