¡Estamos a las puertas de la Navidad! Se mezclan la alegría y el ansia. Vivimos la percepción del tiempo acelerado, parecería que todo pasa rápido, y no logramos llegar a tiempo, estamos atrasadas con tantas cosas, incluso con nuestro proceso interior. Y sentimos que esta ansia nos quita la alegría del encuentro, porque estamos cansadas y ¡siempre hay algo que hacer!

En cambio, la Virgen María, en este cuarto domingo de Adviento, nos enseña que es necesario ponerse en camino e ir “rápido”, pero como nos decía el Papa Francisco al final del XII Capítulo general: “no el apuro del mundo, sino el de Dios”. Y nos invitaba a “anunciar a los hombres y a las mujeres de hoy, que Dios es amor y puede colmar de significado el corazón del que lo busca y se deja encontrar por Él”. ¡Cómo es actual esta invitación hoy!, cuando tantas personas no ven el sentido de
la vida y viven como si Dios no existiera.

Don Orione hizo fuerte experiencia del amor incondicional de Dios y con autoridad nos pedía: “Que nuestra esperanza en Dios no tenga confines: todo lo podemos, todo lo tenemos que esperar de Dios, en humildad y amor grande. Dios es el gran Padre bueno celestial que todo lo puede y todo quiere darnos, basta que lo amemos, en simplicidad y abandono, como los niños” (Scritti, 66,382).

Ahora nos toca a nosotros hacer experiencia de este abandono en Dios, como los niños; invocar al Espíritu Santo para que sea nuestra LUZ en la peregrinación de la vida. En la bula del Jubileo 2025 leemos: “En efecto, el Espíritu Santo, con su presencia perenne en el camino de la Iglesia, es quien irradia en los creyentes la luz de la esperanza. Él la mantiene encendida como una llama que nunca se apaga, para dar apoyo y vigor a nuestra vida. La esperanza cristiana, de hecho, no engaña ni defrauda, porque está fundada en la certeza de que nada ni nadie podrá separarnos nunca del amor divino:

«¿Quién podrá entonces separarnos del amor de Cristo? ¿Las tribulaciones, las angustias, la persecución, el hambre, la desnudez, los peligros, la espada? […] Pero en todo esto obtenemos una amplia victoria, gracias a aquel que nos amó.». (Rm. 8,35.37-39).

He aquí el último don que queremos ofrecerle a Jesús en esta Navidad; es el de ESPERAR e infundir esperanza en los desalentados.

En esta Navidad se abrirá para todos nosotros la Puerta Santa del Jubileo. Jesús dice: «Yo soy la puerta» (Jn. 10, 7). ¡Su Corazón es la puerta! Junto a todo el pueblo de Dios, entremos en esta puerta como peregrinos de esperanza y ofrezcámosle a Él toda nuestra vida para que se renueve y se transforme para los demás.

Buen camino de Adviento junto con María Inmaculada, Madre de Dios, y ¡Feliz Navidad llena de Esperanza!

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